Love was made in la Cocina

El amor se hizo en la Cocina

El rítmico murmullo de la cocina, el aroma del sofrito en el aire y las alegres risas de la familia: estos son los recuerdos que me inundan la mente cuando pienso en el amor. Para muchos, el amor se expresa con palabras, gestos o caricias. Pero en mi hogar dominicano-estadounidense, el amor se hacía, y se sigue haciendo, en la cocina.

Una mezcla de culturas

La República Dominicana, con su vibrante cultura y su rico patrimonio culinario, siempre ha sido una parte importante de mi identidad. Como dominicano-estadounidense de segunda generación, soy producto de dos mundos: una mezcla de entusiasmo caribeño y pragmatismo estadounidense. Sin embargo, son las tradiciones y los sabores de la cocina de mi abuela los que han forjado mi existencia.

En el acelerado mundo actual, ciertas reliquias del pasado parecen desvanecerse en el olvido, perdiendo su significado para las nuevas generaciones. Una de esas prendas emblemáticas es el delantal, una prenda que, para muchas familias dominico-americanas como la mía, atesora un tesoro de recuerdos e historias, trascendiendo su humilde función de protección.

El abrazo protector

Para las matriarcas de los hogares dominicanos, el delantal era más que un simple accesorio; era un escudo que resguardaba sus preciosos vestidos de los rigores de las tareas cotidianas. Con solo unos pocos vestidos a su nombre, nuestras abuelas y madres confiaban en la practicidad del delantal. Su utilidad iba más allá de la mera protección: era un símbolo de ingenio, un testimonio de aprovechar al máximo lo que se tenía.

Más allá de la cocina

Si bien su función principal era proteger los vestidos, la versatilidad del delantal era ilimitada. Se transformaba en una agarradera improvisada, permitiendo a nuestras abuelas manipular sartenes hirviendo con facilidad. Era un toque reconfortante, que enjugaba las lágrimas de la rodilla raspada de un niño o el sudor de un duro día de sol. En el bullicioso mundo del gallinero, el delantal se convertía en un recipiente, que transportaba huevos, cuidaba a los frágiles pollitos e incluso ayudaba en el delicado proceso de incubación de los huevos a medio eclosionar.

Un refugio para los tímidos

Para los tímidos nietos, el delantal se convirtió en un santuario. Cuando rostros desconocidos llegaban a la puerta, estas prendas de confianza les proporcionaban un refugio seguro, protegiéndolos de la mirada intimidante de los desconocidos. En las noches frías, el abrazo del delantal ofrecía calor, envolviéndolos en brazos temblorosos, un guardián silencioso contra el frío penetrante.

El héroe anónimo de la cocina

La cocina, con sus fogones de leña y sus exigentes tareas, era testigo de las múltiples funciones del delantal. Era el fiel compañero de nuestras abuelas, secándose el sudor, cargando leña e incluso transportando las verduras recién cosechadas del huerto. Con la caída de las manzanas, el delantal se convertía en una cesta de cosecha, que albergaba los frutos de la naturaleza.

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